Mi primera comida en Etiopía fue en Yabelo, un pequeño pueblo cercano a la frontera con Kenya que solo tiene autobuses hacia Jinka los domingos.
Era miércoles.
Me encontraba en pleno viaje atravesando el infierno y mi experiencia etiope se limitaba al cruce por la frontera en Moyale, 4 horas de autobús barato y el pequeño (y único) hotel de Yabelo donde me alojaba. Tras tres días malcomiendo y dos noches viajando el HAMBRE que tenía precisaba de escribirse en mayúsculas para entenderse, así que una vez aceptada la habitación me dirigí al restaurante del establecimiento donde el único que sabia algo de inglés era el hijo de los dueños, de 12 años. Mediante el símbolo internacional de “comida” (mano derecha con las puntas de los dedos tocándose y señalando tu boca) entendieron que quería comer. Un “what?” forzado de acento preguntaba acerca de mis preferencias y mi encogida de hombros con las manos haciendo círculos demostró que me daba exactamente lo mismo.
Tras casi dos años en África ya me había adaptado a las limitaciones de su cocina. La mayoría de días mi dieta se basaba en cantidades abundantes de insaboro arroz o xima (ugali en los países de habla swahili y que consiste en una especie de puré de maíz) acompañado por algún trozo de pollo o ternera con corte africano (es decir, por cualquier lado) donde no era extraño acabar con mas hueso que chicha. Con suerte se acompañan de algunas salsas a partir del caldo de la carne o de verduras y en las zonas cercanas a la costa, gracias a la influencia árabe, cocinan el arroz con especias, conocido como pilau y que ya tenía asumido que era lo mejor que podía encontrarme.
Tras una breve espera, y una cerveza fría que me supo a gloria, me trajeron algo totalmente diferente: en una gran bandeja se extendía una especie de crep llamado injera sobre el que se presentaban diferentes porciones de comida variada (puré de garbanzos, carne con cebolla, patatas con especias...). No fue una gran sorpresa porque en Uganda fui a un restaurante etíope y ya había visto algo similar, pero fue entonces cuando me di cuenta de algo maravilloso: En Etiopía no hay arroz.
Un par de lágrimas recorrieron mi cara ante tal pensamiento.
Si recordáis la entrada de “tribalistas”, en el mapa del reparto africano, Etiopía permaneció como país independiente ajeno al proceso colonial. Esto se debió, entre otras razones, a que la excusa de “evangelación” utilizada por las potencias europeas aquí no tenía sentido pues ya en el siglo IV el cristianismo era la principal religión de los pueblos entonces existentes (para que os hagáis una idea los visigodos adoptaron el cristianismo a finales del siglo VI). Si añadimos a esto que el país, sobretodo el norte, es un sinfín de montañas que dificulta una invasión desde el exterior se entiende que el país desarrollara su propia cultura reflejada ya no en su peculiar gastronomía sino en el resto de aspectos de la vida diaria.
Cuadros con imágenes cristianas en Mercator, Addis Ababa. A diferencia del supermercado de la fe que había observado hasta entonces en el resto de África, la religión se percibe como algo mucho más interiorizado en la población.
Detalle de una de las iglesias de piedra monolíticas en Lalibela. Fueron excavadas directamente de la roca alrededor del sigo XIII (en Europa acababa el arte románico) y constituyen uno de los centros de peregrinación cristianos del país.
Unos monjes conversan durante una ceremonia cristiana en Lalibela. La ciudad tiene mas de 300 monjes y sacerdotes.
Transcurso de la ceremonia. Se pasan unas 2 horas cantando y tocando panderetas y tambores (al menos puedes participar y se hace entretenido). Al final sale el sacerdote, lee un par de pasajes de la Biblía, tocan otra hora y se van para casa.
Monje ortodoxo en el interior de una de las iglesias de Tigray, excavadas en forma de cuevas en las montañas. Data del siglo XII y muestra la larga tradición crisitiana existente en el país.
Así, por ejemplo, existe una ceremonia específica para servir el café o la tradición de llenar el suelo con hierbas en las principales festividades. También disponen de un calendario propio (yo viví la entrada al año 2002 el 11 de septiembre) y los días empiezan a las 6 de la mañana (bueno, esto esta heredado de los musulmanes). Vestidos, peinados, bailes, lengua, escritura, religión... la lista afortunadamente no tiene fin y en su conjunto hacen que Etiopía sea algo único, en el que la experiencia que puedas tener de otros lugares solo te ayuda a identificar las influencias indias, africanas, árabes o cristianas que la conforman.
No me negareis que semejante ensalada de frutas es apetecible, verdad?
Danza de niños etiopes en Jinka. Era no-se-que-fiesta y la tradición mandaba que los niños (solo los hombres) bailaran en todas las casas esperando una pequeña propina al final.
El día de año nuevo se repite la tradición pero esta vez son solo las niñas las que bailan.
Tras tanto cristianismo, el este del país tiene una clara influencia árabe. Mercado de Harar
Muestra de integración de la cultura occidental a la cultura local. Me pasé dos dias perdiendome en las calles de Harar y es que, al igual que Zanzibar, el lugar esta lleno de pequeños momentos.