A unos 70 km al nordeste de Nairobi se encuentra la reserva de Hell’s Gate, uno de los pocos parques naturales que puedes visitar sin la necesidad de coche. El acceso se realiza por la ciudad de Naivasha, que recibe su nombre del lago que se encuentra en las cercanías. En sus orillas se encuentran la mayoría de campings y hoteles en los que se alojan los correspondientes turistas desde los cuales las vistas de aguas tranquilas y extensos bosques hacen difícil de creer que a pocos kilómetros se encuentra esta supuesta “puerta al infierno”.
La mejor manera de visitar el parque sin ninguna duda es en bicicleta. Desde su entrada hasta la zona de picnic son apenas 40 minutos en los que te cruzas con manadas de cebras y búfalos bajo un paisaje que inesperadamente se vuelve seco con rapidez y rodeado de escarpados muros de piedra. Una vez en la zona central del parque existen excursiones organizadas al “infierno”, una serie de gargantas excavadas por el agua en la roca con diversas fuentes de agua caliente. Son habituales durante el camino pequeñas columnas de humo debido a la temperatura de esta que motivaron con el tiempo un nombre tan diabólico al lugar.
Diversas vistas de Hell's Gate. A algunos amigos tendrían que resultarle familiares las ultimas dos fotos...
Como podéis ver en las fotos, el sitio tampoco es tan infernal y de hecho a mi me recordó a una de las veces en las que me he sentido mas cerca del cielo. Personalmente creo que el parque se merecería un cambio de nombre, sobretodo porque Kenya tiene una verdadera puerta al infierno: Isiolo.
En la carretera que conduce desde Nairobi a la frontera etíope Isiolo es el lugar donde se acaba el tramo asfaltado. Más allá se extiende un desierto de piedra de unos 600 km que yo no tenía mas remedio que cruzar para acceder a Ethiopia por tierra. La alegría de la carrera de camellos me duro hasta el siguiente lunes, cuando empezó mi particular odisea. Ese día empezó con 9 horas de mini bus hasta Isiolo. Allí los locales me informaron que no había autobuses hasta la frontera (la opción de volver a Nairobi se me presentaba poco apetecible) y que la alternativa era apuntarse a algunos de los camiones que hacen la ruta para abastecer las ciudades del norte. Como la experiencia de Loyangalani no me había parecido especialmente dura decidí unirme al grupo de locales que esperaban al siguiente camión.
Resulta que estos camiones vienen de Nairobi y entran al desierto por la noche, ya que la temperatura hace el viaje mas seguro. De esta forma, el mismo lunes a eso de las 9 de la noche llega el camión de turno y nos subimos todos en plan rebaño. La noche fue horrible. El camión transportaba ladrillos de hormigón que se clavaron en todos y cada uno de los huesos con los que hacia contacto (fue el primer síntoma que había adelgazado bastante desde que salí de Maputo) y la imposibilidad de estirar las piernas (el espacio era limitado) provocó un dolor muscular acentuado. Es fácil deducir que no pegue ojo.
Llegando a Marsabit (y al límite de mi resistencia).
Llegamos a Marsabit a media mañana del martes donde otro camión en algún momento del día partía hacia la frontera. Esta indefinición, típicamente africana, llevo a que estuviera todo el día en un bar cercano a la gasolinera del pueblo a base de Coca-Colas combatiendo el sueño para evitar perder el transporte. Finalmente a eso de las 4 de la tarde aparece el camión. Había mucha mas gente que el día anterior que quería subirse y entre empujones y gritos conseguí hacerme un sitio donde dejé la mochila y me senté encima (mi culo me lo agradeció). Tras unos 30 minutos en colocarnos (evidentemente ahí nadie metía orden) empezamos a esperar para partir. Arranca el camión otra media hora después para recorrer unos 200 metros, parar y decirnos el conductor que tenemos que bajarnos todos pues hay que cargar unas 30 cajas de refrescos. El proceso de bajar, cargar las cajas, volver a subir, colocarnos y arrancar el camión demoró cosa de otra hora, total para hacer otros 200 metros y decirnos el conductor que ahora había que cargar las ruedas de recambio del camión. Ahí empezó el punto de inflexión que decidiría posteriormente el fin de esta aventura. Las siguientes dos horas solo había una pregunta en mi cabeza:
“¿QUE COÑO COSTABA CARGAR LAS JODIDAS CAJAS Y LA MIERDA DE RUEDAS ANTES DE QUE TODOS SUBIÉRAMOS?”
Al cabo de ese tiempo la pregunta cambió a la siguiente:
“¿CÓMO SE DIRÁ EN SWAHILI “LLEVAS DOS HORAS CLAVÁNDOME EL PUTO CODO EN EL OJO Y PESE A TODAS LAS INDICACIONES QUE TE HE DADO SIGUES PASANDO DEL TEMA”?”
Evidentemente las cajas y las ruedas habían limitado el espacio disponible y cualquier centímetro libre era un preciado tesoro. Con todo el tiempo perdido, volvíamos a viajar de noche, tenia hambre, era imposible dormir y ni tan siquiera podía moverme. No se como de cerca estuve, pero la posibilidad de mandar todo el camión a la mierda, bajarme y dormir en el margen de la carretera fue algo que me planteé diversas veces.
Interior del camión hacia Moyale (frontera etíope). En la parte izquierda de la foto de abajo se aprecia el famoso codo.
Las cosas mejoraron algo y llegamos a la frontera hacia las 3 de la madrugada. Aunque costó encontrar un hotel a esa hora finalmente conseguí dormir sobre blando algunas horas y prepararme para cruzar la frontera al día siguiente.
Los cruces de frontera creo que son lo peor de cuando viajas. Para empezar tienes que cambiar el dinero que tienes y eso ya supone una dura negociación con el chico de turno. Los trámites fronterizos son diferentes en cada sitio, así que no hay experiencia que te valga si eres nuevo en ese lugar, vamos, que eres un pardillo. Cuando entras al nuevo país te enfrentas a una nueva lengua (que no conoces) y unos precios que no sabes si son caros o baratos. Si encima no vas a la capital del país (único autobús que cualquier local te puede indicar sin muchos problemas), conseguir información sobre cualquier trayecto es un proceso de sucesivas consultas escogiendo una opción con los dedos cruzados.
En mi caso me dirigía a Jinka, en el valle del Omo. Según los mapas existe una carretera desde la frontera que llega por un camino bastante directo pero yo fui incapaz de encontrar el autobús que hiciera el trayecto (puede que no existiera), así que tuve que subir hasta Hawassa (2 días) para luego bajar de nuevo por otro valle hasta Jinka (2 días mas). Justo al llegar a Jinka conocí a dos francesas que me propusieron compartir un coche de alquiler. Tras 6 días de transportes mi cuerpo pedía descanso a gritos pero era mi única opción para poder ver las tribus que existen por los alrededores así que el domingo fue otra larga jornada (esta en 4x4) para conocer a los Mursis y el lunes finalmente viajar hasta Turmi para asistir a un mercado Hammer.
Yo en Arba Minch. Se puede observar mi falta evidente de peso (ahí llevaba 5 días de transportes) y el hecho, sorprendente por otra parte, que en Ethiopia juegan a futbolín (3 bolas cuestan 6 céntimos de euro!).
Mercado de Jinka. Para acabarlo de arreglar, ese día diluvió...
Huelga decir que el noveno día de todo esto (martes) simplemente no hice nada.