19 de nov. 2009

Los costes del turismo.


Por pura lógica geográfica no es de extrañar que el sur de Etiopía sea bastante parecido al norte de Kenya: árido, malas carreteras y tribus acojonantes.


Realmente la zona promete experiencias fuertes...

A las diferencias culturales que caracterizan cada una de estas tribus se le ha añadido en los últimos años una nueva: a las tribus keniatas van a verlas pocos turistas con tiempo y las etíopes están incluidas en el pack básico de cualquier agencia de viajes occidental. Con esto no quiero insinuar que las tribus keniatas son vírgenes. De vez en cuando te piden tímidamente dinero por una foto y intentaron timarme cuando quise alquilar una barca de vela (150€ por un día... aún me río!!). Pero todo esto se queda pequeño comparándolo con la perversión que presencié en Etiopía.

No se si se refleja en las entradas que he escrito hasta ahora, pero mi actitud durante el contacto con tribus locales ha sido un poco “safari”: llegar haciendo el menor ruido posible, mirar, interactuar (si es posible) y irse en silencio intentando dejar las cosas como estaban. No hace falta que nadie te diga si estas, por ejemplo, en el Serengueti que esta prohibido dar de comer a los animales. Sabes que si se generalizara ese comportamiento los depredadores acabarían pensando “que cace tu tía” y optarían por posar pacientemente enfrente de los coches esperando un filete de carne roja. Algunos turistas despistados estarían encantados con semejante actitud, “así los tengo todos juntos en una misma foto” llegarían a pensar, pero supongo (espero) que la mayoría se darían cuenta que esa actitud no es natural, que aquello que presencian sus ojos esta pervertido, que se parece más a un zoo que a un espacio virgen.

Ese sentimiento fue el que tuve cuando visité el sur de Etiopía. Reconozco que llegué a la zona en el peor momento: agosto. Tras 6 meses sin ver casi a ningún blanco, los alrededores de Jinka me parecieron Benidorm, con ordas de turistas, en su mayoría españoles, que ya sea con viajes organizados o en pequeños grupos recorrían la zona en busca de la “tribu perdida”. Mi exploración particular la realicé junto a dos francesas y su guía con las que alquilé un todoterreno para visitar una aldea Mursi y el poblado de Turmi.

En ambos casos (aunque sobretodo con los Mursis) el guión fue el mismo. A la que haces acto de presencia en la zona los locales te asaltan al grito de “One photo, two birr” (2 birr equivalen a unos 12 céntimos de euro) y cualquier interacción más allá de eso es muy difícil, de hecho con los Mursis pasa a totalmente imposible, se pierden las formas, las distancias y acabas viéndote literalmente arroyado por sus exigencias.

Llegada de un grupo de españoles al poblado Mursi. Ya veis como esperan a que salgan de sus coches y que empiece el espectáculo.

Mercado de Turmi. Entre otras cosas, también se comercian los derechos de imagen.

En cambio la mayoría de turistas se adaptaron bien a las expectativas de los locales, y su llegada se caracterizaba por sesiones en plan foto-matón haciendo fotos de grupo, solos, acompañados de un, dos, tres, cuatro locales, mujeres, niños, hombres guerreros y abuelas con sus nietos, todas con su previo pago de los 2 birr de rigor. Lo curioso es que hablando con ellos posteriormente la mayoría reconocía no haber disfrutado de la experiencia, que se habían sentido frustrados o agobiados, pero claro... después de un viaje tan largo, y caro, si ese era el peaje para poder hacer SUS fotos, que otra cosa podían hacer?

Mujer Mursi. Foto sacada de http://www.leischner.at/afrika/

“No hacer fotos, supongo” fue mi respuesta. Esta claro que es imposible evitar que hagamos turismo en estas zonas, pero la falta de organización ha convertido el lugar en un mar de piratas solitarios, cada uno intentando hacer el negocio de su vida a tu costa. Los hoteles y restaurantes de la zona te doblan precios de forma encubierta, en los pueblos todo el mundo es guía local a precios dispares, los conductores de todoterrenos extorsionan a los turistas con cargos adicionales a medio viaje y solo los locales más vistosos consiguen dinero a cambio de nuestras fotos. Con un poco de suerte si se les muestra que no pueden ganarse la vida extorsionando directamente al turista intenten organizar unas tasas de entrada, para fotografías, lista de precios para asistir a diversos actos y que, sobretodo, sea transparente gestionándose el dinero a nivel local para el beneficio de toda la comunidad.

"Bailarina" Hamer junto a dos amigos.

La chica de arriba danzando en un espectáculo. A mi me prohibieron el acceso (porque no había pagado), pero el chico de la camiseta amarilla se ofreció a hacerme algunos vídeos. Al verlos y compararlos con otras danzas africanas parecidas que había visto con los Turkana, pregunté a la chica si eso era un baile normal. "No, nos juntamos los mas jóvenes y hacemos unos saltos cuando los turistas nos pagan.".

La influencia del turismo en esta zona va mucho mas allá de lo que en principio parece. “No hay doctores suficientes en Etiopía” me comentaba un turista con cara triste cuando reflexionábamos sobres las condiciones sanitarias del país. Con el tiempo descubrí que no es del todo cierto: cierto personal sanitario ha optado por no ejercer. Conocí a dos médicos que habían estudiado en Cuba (Etiopía fue una republica socialista del 1974 al 1991) pero que al aprender español optaron por hacerse guías turísticos para los españoles, que como todo el mundo sabe no tenemos ni papa de inglés. También me cruce con un joven estudiante de enfermería que no quería dedicarse profesionalmente al acabar los estudios (que le había subvencionado una familia europea) porque como ya sabía inglés, el trabajo de guía local le reportaba más beneficios (y menos responsabilidades). Evidentemente las opciones personales de cada uno de ellos me parecen muy respetables, pero a nivel general se evidencia que algo falla.

Esto de los estudios subvencionados por familias occidentales esta bastante extendido en el país. Otro desastre. Al ser los acuerdos entre particulares, el control de la familia a lo que hace realmente el estudiante es mínimo. Un chico que había pedido un pago extra para ayudar a unos compañeros heridos en un accidente en la escuela me rogaba que le tradujera una carta de disculpa al español porque su familia había descubierto que realmente era para asistir a una fiesta estudiantil. Es fácil identificar a los estudiantes con familias mecenas: llevan mejor ropa y beben cerveza.

En un bar local bebiendo Honey Wine (vino con miel, aunque ni sea realmente un vino y no lleve nada de miel...).

Estuve 6 días en el sur. Los dos contactos que tuve con los Mursis y los Hamer fueron suficiente contradictorios como para decidir que aunque la experiencia había valido la pena no quería continuar participando en ese juego. No quería ver al tio de Madrid que alardeaba de todos los “amigos” que hacia al sacar billetes de 100. No quería ver a la joven Hamer que se pasó un día entero siguiéndome por el pueblo para que le hiciera unas fotos (y pagara evidentemente por ellas). No quería ver como cada día al comer me intentaban cobrar un poco más que el anterior. No quería ver a los ricos de Addis Ababa jugando a ser occidentales. Podría haber sido lo mejor del viaje y las razones por las que no lo fue lo convirtieron en lo más triste.

Mujer Hamer preparando café. Las cicatrices de su espalda obedecen a la costumbre de flagelar a las mujeres en las ceremonias de apareamiento para que demuestren que son fuertes y merecen ser casadas.


Una triste constante en las tribus africanas es ver el machismo existente. Una tarde durante 2 horas cientos de mujeres cargaron sacos de trigo molido desde el molino de Turmi a sus respectivas aldeas. Los hombres se lo miran a cierta distancia.